martes, 19 de noviembre de 2013

Muerte de mi tía

Aquel 23 de Diciembre de 1973 recibí un telegrama urgente. Me debía incorporar a mi cuartel del parque de Artillería de Valladolid. Desde el 1 de diciembre había conseguido un permiso indefinido para reincorporarme a mi escuela de Torrescárcela, pues me licenciaba a finales de ese mes. ETA había volado el coche de Carrero Blanco y todos los militares quedamos en estado de excepción. Hicimos guardias y refuerzos más numerosos, pero todo con la "normalidad" que los acontecimientos iban trayendo. El día de los Santos Inocentes recibo una llamada telefónica de que me tía Emilia, hermana de mi padre se acababa de suicidar. Era viuda. Mi tío Pepe, su marido, alférez de complemento y director de la Unión Previsora Segoviana había tenido un accidente mortal años atrás yendo a Valladolid entre Carbonero y Navalmanzano, empotrándose contra un árbol. La tía, cargada de 5 hijos pequeños, uno de ellos paralítico no pudo aguantar tanta presión desde la muerte de su marido. Los acontecimientos la desbordaban, pues era una persona llena de humanidad, pero de pocos recursos y con poca ayuda familiar. Dado mi nerviosismo y visto que no había cuadro de mandos en el cuartel, me dirigí al único que estaba de guardia en ese momento, un tal brigada Alonso*, para contarle lo sucedido y pedirle permiso para trasladarme con la mayor urgencia a Segovia a velar el cuerpo de mi tía difunta y cuidar de mis primos, menores todos ellos. El brigada se lavó las manos como Pilatos y me dijo que el no tenía autoridad para darme permiso y que me esperara al día siguiente a comentárselo al capitán de la compañía. Yo no podía vivir en ese estado anímico, y recordando que el coronel del cuartel, tenía su vivienda anexa a aquél, me dirigí hasta su casa para que él me diera el permiso necesario para ir al funeral de mi tía. Verbalmente se lo expliqué lo mejor que puede y verbalmente se me concedió licencia para irme. Pedí auxilio en una gasolinera y un camionero me trasladó a Segovia en su camión, tras un viaje en el que nos encontramos con un frío y unos hielos de los de antaño. Fue una larga noche de duelo, de dolor y de impotencia, al ver que una prole tan numerosa iba a quedar muy desamparada. Tras el funeral y al salir del cementerio, un coche de policía militar me detiene en el paseo de Ezequiel González y me traslada, sin explicación alguna, a Valladolid. De nuevo en el cuartel, el capitán de la compañía, un hombre de unos 40 años, rubio y de ojos azules y de apellido, tal vez Mateo,* me indica que he cometido una falta grave: que no he seguido la escala de mando y que he cometido un delito, yendo directamente al coronel sin pasar por su persona y cargo. Se me instruye una causa y creo que se la encargan a un capitán apellidado Gozalo* y se me introduce en un calabozo con el encargo de que esté incomunicado. Este hombre así me lo hace saber. A toda mi quinta, la licencian a comienzos de enero de 1974 y a mi me mantienen en el calabozo hasta que consigo pasar la noticia a mi novia, que residía en Valladolid y ésta a su vez a mi padre, que llama a un antiguo amigo, general de Brigada y me rescata del calabozo y se me licencia hacia el día 16 de Enero de ese año 1974. Alguna vez he coincidido con algunos de esos militares en iglesias del paseo Zorrilla de Valladolid y una vez tras el "daos la paz", me negué a darle la mano al brigada Agustín Alonso* que estaba a mi lado. No he sentido nunca odio hacia esos militares. A uno de ellos, aprovechando mi condición de maestro, le di clases de varias asignaturas para hacer los cursos de brigada Él era el sargento Ignacio García Magro y con mi colaboración pudo superar las pruebas. Este incidente tampoco me causó secuelas ni tuve que acudir al psicólogo. En la mili tuve que “pelar” muchas guardias y al menos, el calabozo era un lugar cerrado y no tan helador como la garita de guardia. Desconozco lo que dictara el código militar de la época pero lo Jurídico es lo que atañe a la Ley y lo justo es lo que obra según justicia y razón. Era de justicia que yo acudiera a velar el cuerpo de mi tía más querida. Y lo JUSTO siempre debe prevalecer sobre lo jurídico. Es más, cabe preguntarse: ¿Qué palabra tenía aquel coronel?. En Castilla, la palabra vale o valía, que los tiempos están cambiando, tanto como un contrato notarial. ¡La de este hombre estaba muy devaluada!. Siempre he tenido unión espiritual hacia los militares, guardia civil y demás fuerzas armadas, pero quede para la historia este HECHO ABOMINABLE que hoy les narro y que sus protagonistas sean indultados por Dios en su agonía. Yo no lo olvido. José Luis Muñoz P.D. Han pasado tantos años que he olvidado nombres. Los que aparecen en asterisco son objeto de mi olvido y puede que ese no sea su apellido correcto. Valga esta salvedad.